En el diluvio finalemente y afuerza de tiempo se vieron las nubes con
formas disueltas que sueltan bestias internas, como a quiénes zorros y zorras dejaron huir, como
aves sobrevolando los páramos de su propia escencia, su naturaleza maldita
también alfloraba, como el escorpión en la arena, la serpiente sagrada, la
sinuosa cumbre de hastíados profetas que se embebían en veneno lentamente,
mientras era un día vivido mil veces el que se sucedía, alguien bebía un café y
repasaba su condena, todos y todas hacían algo en ese momento, si hubieras
visto por encima de sus casas la aurora que desprendían esos agraciados y
desgraciados, como yo la ví aquella tarde,
qué exigir del tiempo, que no nos toque, que se aleje, que estoy bien
así, o que vuelva para atrás, que se dentega, que terminé rápido y a ver que
pasa, que si existe algo mejor vayamos allá, pero no había respuesta, ni
habría, porque en el silencio estaba
todo eso que no querían oír de si mismos,
en el silencio el rostro de un dios total se nos asemejaba, con mi
cuerpo de cactus toque el piano toda la noche hasta la tarde siguiente que ví
desde la terraza y reconocí las carabelas que llegaban desde las nubes en el
lienzo anaranjado.
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