21 de abril de 2020

Condenado a Jupiter por la tarde

De pronto me encontraba en el valle de los cipreses, aquél delirio me había conducido hasta su corazón, una vez dentro suyo, comprendería…
Meses antes de esto, cuando la segunda luna de Júpiter era extinguida por razones políticas, yo me encontraba en mi trabajo, apreciando y desarmando semillas de girasol., bolsas, bolsas y bolsas aparecían y desaparecían de mis manos,  era una tarde de miércoles como cualquiera, el grifo del lavabo seguía goteando, la  maleza en los cultivos cantaban sus odas evocando a Geadella y el viejo perro, cuidaba de las gallinas de la granja cada día con más cansancio, síntoma de que sus ladridos estaban contados y era cuestión de esperar a los días venideros para que las nubes siguieran su rumbo.
Yo puesto sobre aquellas piezas eléctricas, me tomaba algunos minutos para difuminar mi existencia en meditaciones, que naufragaban sobre una laguna melódica, mis sentidos armonizaban  perdidamente en las notas sobre las que flotaba  y ahí, entre el frenesí fue cuando su imagen apareció por primera vez, era ella, de la cual se dice, las artes nacían. Dios sabe a cuántos fabuladores habré escuchado hablar de ella, que ahora esas leyendas que en su momento consumí tan inocentemente, me parecían tan reales y falsas al mismo tiempo. Ella era inimaginable, indescriptible y ya, por un segundo se desvaneció, por una irregularidad en la sintonía de la radio, la cual el ácido de las pilas la empezaba a carcomer. Esa clase de sucesos siempre marca el regreso al trabajo, así que  los minutos del reloj volvieron a moverse en la velocidad estándar.
¡Ay! si sólo Mercurio y Marte no hubiesen sido vendidos a los terroristas, si hubiese sido la cuarta luna de Júpiter la que estaba condenada a pagar los precios de la guerra,  si tan sólo no hubiese tenido que trabajar aquél miércoles, ni hubiese desvestido a tantas semillas de girasol y sobretodo, si no hubiese escuchado esa laguna en la radio, no me encontraría aquí, en el valle de los cipreses, guiado por aquél delirio de la felicidad en la rutina  de existir. Ahora esa búsqueda me parecía absurda, todo el paisaje me pareció absurdo de hecho, sobretodo la naturalidad de la irrealidad de lo que estaba viviendo. De momento no me explico como conseguí, pero me encontraba contemplando la antigua danza de los cuerpos y yo veía, detrás del vidrio.
Ahí fue cuando comprendí que era mi turno de olvidar y comenzar a nacer en otra dimensión.
Primero un pie, luego una mano, después, un gran puñado de mí, y de pronto ya existiría en el corazón de alguien más.
Y ese alguien, al mismo tiempo, ya existía en el corazón de otro alguien, que también existía en el corazón de otro.
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