De un lado tenemos a Miguel, un día en lo que es para él, un día
cualquiera, una tarde cualquiera, en una ciudad cualquiera, sin laburo, sin
sueños, sin metas, más que responder al
deseo inmediato, al hambre del momento, Miguel es un tipo muy impulsivo, lo es
tanto, que en cuánto se enteró de que había un eclipse de sol, corrió de un
extremo al otro de la casa, nunca había visto un eclipse de sol y nunca llegó a
verlo, pero sí que sintióse eclipsado, se había llevado puesto encima una
puerta de vidrio fatal como fue esa, se
la comió en vidrios desparramados en cristal y sangre.
Con la cara cortada, la sangre derramada, sin dinero, con un compromiso
esa noche, le regaló una postal de un viaje a New York en un pasado pudiente a
su prometida el mismo día, ella beso sus heridas, era su cumpleaños pero al ver
a Miguel todo roto, le lavo la cara y
durmieron, en la mañana escucharon una canción brasilera, una bossa exacta para
los hermosos ojos tristes de ella que lo miraban mientras tomaban el café
amargo en la cama, ella le sostuvo la mano, lo miro y le devolvió la sortija
que alguna vez deseo poseer.
Miguel siempre estuvo lejos de todo, de todos, estuvo lejos de ella cuando
ella estuvo cerca suyo, cuando abrazó con su pecho desnudo, su llanto en el
cuarto iluminado por una lámpara de sal, ella escribió los números de la suerte
de Miguel en un cuaderno para que él no se olvide, para que busque enfocar su
energía y lograr algo, que se tomara enserio a si mismo, que no se someta a
tanto caos y tristeza como a la que estuviera acostumbrado y como se le
sucedían a los días en los que él había elegido a fin de reacción a acciones
pasadas que lo habían llevado en ese carril, Miguel nunca quiso dejarse ayudar
por ella, ni por nadie, que no fuera una estrella pasada, una vieja medalla que
presumir en el hueco de su existencia desolada, asolada por un sol frío
austero, distante, eclipsado, indiferente,
como todo lo que lo orbitaba
alrededor suyo, sentía, pero ella, insistió en volcar tibia ternura en
atención, mimos, recalcos de formas de amar de una constelación de cangrejo
volcada una emotival hacía tan patético
personaje, como lo era Miguel, que abrumado se sentía de que haya alguien que
desde la luz haya tenido intenciones de tocar su más sombría forma de sentir,
pero quien pone la cabeza en las copas vacías en vez de mirar las copas llenas
de vida detrás suyo y todo el mar dulce que espera del que beberse en amor
cualquier idiota,el fracaso y su llegar tarde siempre a todos lados fue lo que
sostuvo, eso lo comprendió cuando ella le devolvió la sortija aquella mañana
tomando el café, luego de haberse cortado con los cristales bajo un sol
eclipsado un 2 de Julio de finde de década, de finde de cosas, de crisis de
cambios, de reverse en el mismo lugar y peor, porque ahora se daba cuenta que
su soledad se había extendido un poquito más, que ahora lo ponía más azul la
ausencia de quién habría creído un impasible vínculo de relación con una mujer
blanca que acunaba más que una ocasional sartra de palabras que se inventaba
buscando tocar algo vivo en Miguel, como el creía, que daba por muerto todo dentro suyo, pero no, ahora estaba más muerto, descubrió
así que tenía más vida que florecía y que se había cortado eso junto a su
rostro, y todo bajó un escalón más en la bruma, después desapareció su gata, la
suerte se burló de él esa vez y otra
vez, porque cuando volvió a dar cobijo a
otro gatito, también desapareció, Miguel no dejaba de volverse azul en aquél
momento, quiso imaginarse que los vidrios le hubieran cortado la yugular y así
el último recuerdo del mundo hubiera sido uno donde al menos revisandose con su
propia alma hubiera encontrado un
sincero soplo de cariño en sus últimos
días y eso hubiera sido suficiente en la ascensión, pero ahora estaba cómo el
bien se conocía azuloso, aislado, siempre fue ermitaño, pero esta vez destruyó
impulsivamente los espejos y sus muebles en incontables ocaciones para que todo
estuviera igual de roto que él, porqué sentía no hacía más que reflejar eso
constantemente, su suerte de romper todo, como el estaba maldito y como el
estaba roto quería ver todo roto, se escribió un sí en la frentre donde reposa
la glándula pineal, ahora quería pintar una puerta roja de negro, y volverse
azul, más azul profundo hasta escuchar un viejo jazz y beberse en la profunda
melancolía de un frío vientre de metal y un vaso de vino barato que le costaba
tragar, la misma vieja historia tocaba la misma melodía de fin de año.
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