Resbalé en los primeros pasos que dí, se me era inevitable, estaba oscuro para esa hora, pero no lo suficiente como para que no llegase a mi el brillo que reflejaba el glorioso domo al final del espiral.
Mi mente, mientras tanto, se ocupaba en concebir la infinita plenitud que soñaba encontrar en la copa de aquel recorrido de escalones, que a esta altura había aumentado, no eran sólo cinco escalones los que faltaban, eran como ocho o más quizás.
Fascinado por el deseo de encontrarme en la gloria de aquella majestuosa cúpula, ponía mucho empeño en no dar cabida a las molestias que se empezaban a presentar, como aquel cansancio que empezaba en mis pantorrillas y se deslizaba hasta exhaustar mi mente incluso o esa fatiga que producía el temor de una posible frustración, de que quizás aquella bellísima construcción, de esa cúpula majestuosa sólo genera la plenitud vista desde abajo y no estando más cerca, no estando ahí.
Solamente (énfasis reflectivo en el brillo irradiante de esta palabra) cuando giraba mi cabeza hacia arriba y divisaba mi destino, mi glorioso destino, es cuando recordaba porque había empezado a subir los escalones de esta escalera en espiral, la cual quizás parecía aún estar más cerca del piso que de mi objetivo primordial, pero no, sólo quedaba dar un paseo por los escalones restantes.
Las ansias, por llegar al lugar que está más allá de toda la arquitectura mediocre que forma parte del cuadro habitual de aquel lugar, me estaban empezando a impacientar puesto que era cuestión de un paso más para llegar a degustar aquella delicia que era la gloria de la cúpula majestuosa, del domo celestial, de mi razón para no sucumbir a la agonía y desazón de estar rodeado de paredes opacas, cuadros lúgubres, pasillos idénticos y a una existencia transitoria que solo espera al fin de las horas. En este momento un pie, luego el otro y había terminado de pasar el último escalón, había llegado a la gloria, al lucimiento del coro celestial y la obra se mostraba sumergida en un mar de plenitud, del que yo ahora era parte.
Sin dudas mi espíritu se fundió en la belleza de la cúpula majestuosa, no importó que al descender de allá arriba cayera de cabeza al piso, quedando tendido en el suelo frío, con mis sábanas, al costado de la cama.
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