Bien, era sábado a la tarde, no había podido arreglar nada con los muchachos, no tenía mucho que hacer y la soledad en estos tiempo no hace bien a la salud, uno empieza a ver las cosas de una manera distorsionada bajo la luz del aislamiento, hace parecer que todo en la vida de uno fuese más terrible, vacío, tedioso e insufrible más de lo que es realmente, así que me pareció bien ir a san miguel a tomar aire, a pensar caminando, a pensar sentado, a pensar tomando una coca en la plaza y bien a hacer unas compras que calculé, podría llevarme el tiempo suficiente para no haber desperdiciado el día mirando el techo en casa, actividad recurrente en estos tiempos.
Tenía que comprar sahumerios, ir a preguntar acerca de un aparatito que le da muchos colores al sonido del instrumento al que lo conectes, tenía que seguir llenando mi estantería de letras que venían impresas en ciertos derivado de nuestros ancestros, los por siempre sabios árboles, que eran los afortunados de llevar el nombre de seres que escribían en una frecuencia de luz extraordinaria, como Julio Cortázar, Edgar Allan Poe, Herman Hesse, Ernesto Sábato, Rimbaud, Jorge Luis Borges y muchos más elevados a la eternidad divididos en el infinito, que aún su nombre no he descubierto, por eso mismo el momento de comprar discos es sagrado, un rito realmente, uno nunca sabe cuando se va a encontrar con algo que produzca sensaciones en uno, o con alguien.
También tenía que ir viendo que le iba a regalar a mi hermana para su cumpleaños, que ya se estaba acercando. Quizás, encuentre también un buen libro para ella. Entonces bien, dí vueltas, reflexionando en las escenas de mi vida los últimos días; los últimos meses; los últimos años; la última existencia que es en la que estoy vagando ahora mismo, que es de donde escribo esto.
Ahora bien, todo lo que conté hasta ahora, no es lo interesante de aquél sábado en el que no tenía mucho por hacer, en el que luego descubrí que mucho más era lo que me esperaba por conocer.
Ah ¡el fanatismo! A veces se trata simplemente de descubrir que existe una clase de amor, de sentido de pertenencia, de creencias para enjuagar la razón y descolocarla para luego, acomodarla mejor en su podio. Yo repito lo que escucho en casa, y casa es un lugar, y está en mi mente. Ese día en casa se escuchaba mucho como las sangres melódicas vociferantes de moralidad, sentido, intuición, deseos y miedos me exigían que vaya directo a aquel libro, como si ese día me hubiese levantado con el objetivo de ir en busca de ese ejemplar específicamente, eso pasaba muy de vez en cuando.
La tapa era de muy buen gusto, una edición complaciente, lo suficiente como para no esperar a hacer otra cosa antes de leer un texto de aquella llamativa obra.
Sus páginas eran cuentos acerca de las aventuras, con tintes existencialistas, de una perrita de campo, la cual la gente miraba casi con lastima, ella había nacido con el seudónimo de Lunática, pero que ella replicaba “(…) Cuando escucho las voces que me llaman desde casa, para volver, me llaman Luna, el sol no puede salir, si antes no vuelve a desfilar la luna (…)” – El sol no puede salir, si antes no vuelve a desfilar la lunes… - me repetí a mi mismo.
No aguante, me dí vuelta, y la ví desfilar a ella, de lunares se paseaba por la cuadra, y tuve que ir a hablarle, iba a ser muy tonto si no lo hacía, entonces, sin pensar mucho en qué decir, fui a hablarle.
hermosa.
- Ay dios… ¡tengo un fan!
- Totalmente fanático.
- Estas cosas me suceden de vez en cuando, muy. ¿Qué clase de fan sos?
- No sé, no lo había pensado, soy de los fans que pretenden saciarla de placer a usted… y verla desfilar en su mundo, entre tanta noche, vió
- ¡Ah! Pero vos sos un Rolinga
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